¿Quién puede afirmar con honestidad que jamás se ha postrado frente a un espejo y sentido que la imagen que éste le devuelve es la de un extraño? ¿Quién puede aseverar que jamás se ha sentido un pasajero extraño dentro de su propio cuerpo o se ha quedado horrorizado al recuperar de la memoria aconte...
¿Quién puede afirmar con honestidad que jamás se ha postrado frente a un espejo y sentido que la imagen que éste le devuelve es la de un extraño? ¿Quién puede aseverar que jamás se ha sentido un pasajero extraño dentro de su propio cuerpo o se ha quedado horrorizado al recuperar de la memoria acontecimientos realizados por uno mismo pero que parecieran obedecer a una lógica completamente ajena a la propia? Ese desdoblamiento, ese pequeño intersticio entre nuestro ser, el que enfrenta las vicisitudes de la cotidianeidad, y ese yo que pareciera habitar en un tiempo que es todo menos presente, es el mundo en el que transcurren las dos nouvelles que conforman este fascinante libro de Mario Bellatin.
En el texto que le da título al libro, el narrador observa ese ser autónomo pero dependiente de su existencia, al que no sin cierto asomo de duda llama ¿Mi Yo?, sentado en el borde de su cama. A partir de este hecho en apariencia sencillo las múltiples voces que configuran al autor alternan narraciones por las que desfilan excéntricos personajes inmiscuidos en no menos extravagantes situaciones como un filósofo travesti, un masajista ciego y un niño que se convierte en el máximo experto en canarios del país.
El relato que cierra el libro, El pasante de notario Murasaki Shikibu, trazado bajo la misma línea subversiva de la metamorfosis múltiple (en esta ocasión es la escritora Margo Glantz la que se transfigura lo mismo en la célebre escritora japonesa Murasaki Shikibu que en un pasante de notario), combina parajes y seres místicos y mitológicos, como las cuevas de Ajanta en la India o un enorme y terrible Golem que azota la ciudad en la que habita la protagonista de la historia.
Al final, nos queda la certeza de aquello que el narrador de Disecado afirma con total convicción: «la realidad es un pálido reflejo de cualquier acto creativo». Especialmente cuando el suceso de escritura proviene de Mario Bellatin, uno de los más geniales narradores de nuestro tiempo.
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